domingo, 8 de junio de 2014

Libertad

No me quiero ir mucho en floro, pero les comparto un cuento corto que escribí. Diganme si les gusta....

I
Era la primera vez de ambos. Nunca se habían sentido así, un sentimiento de libertad los envolvía. El, un tipo de 16. Ella, una chica de 15.
Se habían conocido pocas horas antes, pero sentían que había sido desde siempre. Ambos sabían lo que buscaban. Basto una frase para cambiar la vida de ambos. Ellos se sentían invisibles, casi infinitos.

II
Él se llama Javier. Ella se llama Verónica. Ella tiene unos ojos marrones que cautivan. El un andar que hipnotiza.  Ambos son animales domesticados por la sociedad, en búsqueda de un escape. Cruzaron caminos por primera vez en una calle que los  unió. Él vive a tres cuadras al este. Ella  a tres al oeste.
En esta calle, una de las concurridas de la ciudad, se vieron por casualidad. Ella le preguntaba a alguien donde estaba el norte. El buscaba el suyo.  No pudieron evitarlo, sus miradas cruzaron. Pretendió no haberla visto. Verónica no pudo evitarlo, decidió ignorar a quien le daba instrucciones y preguntarle a Javier.  Javier respondió que no sabía, que él también lo buscaba. “Busquémoslo juntos” respondió la chica de los ojos marrones. Emprendieron así su camino. No tenían rumbo fijo, pero si un destino en común.
Conversaron poco, pues a pesar de su extraña belleza, Verónica es bastante tímida. Sus mentes divagaban en el mismo pensamiento; “como se había atrevido a hablarle.”

Llegaron eventualmente a un pequeño café, acogedor y un tanto especial, al igual que ambos. El silencio se rompió cuando Javier le pregunto a Verónica su nombre, quien respondió tímidamente “Verónica, o Vero. Como prefieras”. Tratando de romper el hielo, Javier, con el vasto conocimiento que un chico de  dieciséis años puede tener en cuanto a chicas, respondió con su nombre, en un tono un tanto imponente.
Luego de esta introducción, que había terminado en un silencio incomodo Javier le pregunto si quería algo de tomar. Ella le agradeció y aceptó una bebida caliente.
Tenían en la mano una bebida caliente, que los protegía un poco del invierno que se intensificaba en la calle. Fueron a sentarse en una pequeña mesa, en aquel acogedor café, al que minutos antes habían entrado.
El silencio se rompió nuevamente cuando Verónica tuvo el valor de preguntarle su edad. Nerviosamente, Javier respondió que tan solo tiene 16 años. “Yo tengo 15”, respondió en un tono un tanto coqueto. La conversación fluyo luego de eso, pasaron de temas superficiales como el lugar donde estudiaba cada uno o que querían estudiar cada uno luego de la secundaria. Ninguno sabía si su respuesta seria lo suficientemente interesante para el otro, aun así no mintieron, fueron cuan sinceros como dos espejos.
Mientras Javier, quien se hacía más y más interesante con cada palabra, continua explicando sobre su verdadera pasión por el arte, ella lo mira, intrigada por este espécimen, quien a primera vista le había parecido casi perfecto. Veía como, antes sus ojos él se humanizaba cada vez un poco más. Se dio cuenta poco después, de que él no era más que  un ser humano, que buscaba su rumbo, al igual que ella. Corto su ilación de pensamientos cuando él le pregunto si podía tener su número. Ella se lo dio, con una sonrisa. Intrigado también, Javier la miraba, se perdía en sus ojos como si hubiesen sido hechos para él, para que Javier se pueda perder en ellos.
Ambos miraron sus relojes, había ya pasado 3 horas desde que habían cruzado miradas por primera vez. Ya era de noche. Ella lo invito a su casa, “mis papas están fuera del país” le dijo, el aun intrigado por su belleza, en especial por sus ojos, acepto, sin ninguna idea de lo que estaba empezando en ese momento. Caminaron pues, de regreso al oeste. Luego de como diez minutos de caminata, llegaron a un gran edificio. “Vivo en el último piso” le dijo mientras lo tomaba de la mano. Esperaron el ascensor. Dentro de este ascensor se dieron su primer beso. Ella le dijo, “no quiero hacerte sentir incómodo…”  Javier la calla impulsivamente con un beso. “Perdón” respondió Javier rápidamente luego de separar los labios, “No importa” responde ella con una sonrisa.
“¡DING!” sonó el ascensor. Llegamos le dice tímidamente Verónica a Javier. Salen ambos del ascensor para encontrarse con el departamento. “Mierda esto es enorme!” exclama Javier. Verónica ríe tímidamente. 
III
Se sentían cómodos, los silencios habían terminado. Se llegaron a conocer con una botella de vino del padre de Verónica. Las botellas se abrían –PLICK, PLICK, PLICK… - una tras otra se descorchaban.
Las inhibiciones se soltaban, el ánimo de ambos mejoraba y la atracción de ambos era inevitable. Javier se acercó, Verónica le dio el alcance y así empezó.  No sabían muy bien que hacer, pero la actitud de ambos mejoraba el ambiente. Javier se pregunta si estaba bien lo que hacía. Verónica inconscientemente se lo afirma.
“Ven” le dice Verónica tomándolo de la mano. Javier la sigue, aun hipnotizado por esta criatura, a quien admiraba, casi idolatraba.
Llegaron al cuarto de Verónica.
Conversaban entre beso y beso. Se conocían entre botón y botón. Se admiraban entre roce y roce. Ambos estaban nerviosos, pero seguros a la misma vez. Ambos se sentían cómodos, como si el tiempo que se conocían bastase para enamorarse.
Luego de cierto tiempo, echados ambos en la misma cama, bajo la misma sabana y compartiendo tanto almohada, se miraron y rieron con tanta naturalidad como dos mejores amigos que saben los secretos más profundos del otro. “Lo siento, es mi primera vez” le dice Javier a Verónica, tratando de disculparse por lo que había sucedido, Verónica lo besa tiernamente y le dice que está bien, que también había sido su primera vez.
Cerraron ambos los ojos, en el mismo lugar en todos los sentidos posibles. Cuando se despertaron ya había amanecido. Javier fue el primero en abrir los ojos, noto que Verónica aún estaba ahí, no lo había soñado, realmente había sucedido. Javier se paró, “me tengo que ir, lo siento” le dijo a Verónica mientras le daba un beso. “Te llamo” fue lo último que escucho.


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