No me quiero ir mucho en floro, pero les comparto un cuento corto que escribí. Diganme si les gusta....
I
Era la
primera vez de ambos. Nunca se habían sentido así, un sentimiento de libertad
los envolvía. El, un tipo de 16. Ella, una chica de 15.
Se habían
conocido pocas horas antes, pero sentían que había sido desde siempre. Ambos
sabían lo que buscaban. Basto una frase para cambiar la vida de ambos. Ellos se
sentían invisibles, casi infinitos.
II
Él se llama Javier. Ella se llama Verónica.
Ella tiene unos ojos marrones que cautivan. El un andar que hipnotiza. Ambos son animales domesticados por la
sociedad, en búsqueda de un escape. Cruzaron caminos por primera vez en una
calle que los unió. Él vive a tres
cuadras al este. Ella a tres al oeste.
En esta calle, una de las concurridas de la
ciudad, se vieron por casualidad. Ella le preguntaba a alguien donde estaba el
norte. El buscaba el suyo. No pudieron
evitarlo, sus miradas cruzaron. Pretendió no haberla visto. Verónica no pudo
evitarlo, decidió ignorar a quien le daba instrucciones y preguntarle a
Javier. Javier respondió que no sabía,
que él también lo buscaba. “Busquémoslo juntos” respondió la chica de los ojos
marrones. Emprendieron así su camino. No tenían rumbo fijo, pero si un destino
en común.
Conversaron poco, pues a pesar de su extraña
belleza, Verónica es bastante tímida. Sus mentes divagaban en el mismo
pensamiento; “como se había atrevido a hablarle.”
Llegaron eventualmente a un pequeño café,
acogedor y un tanto especial, al igual que ambos. El silencio se rompió cuando
Javier le pregunto a Verónica su nombre, quien respondió tímidamente “Verónica,
o Vero. Como prefieras”. Tratando de romper el hielo, Javier, con el vasto
conocimiento que un chico de dieciséis
años puede tener en cuanto a chicas, respondió con su nombre, en un tono un
tanto imponente.
Luego de esta introducción, que había terminado
en un silencio incomodo Javier le pregunto si quería algo de tomar. Ella le
agradeció y aceptó una bebida caliente.
Tenían en la mano una bebida caliente, que los
protegía un poco del invierno que se intensificaba en la calle. Fueron a
sentarse en una pequeña mesa, en aquel acogedor café, al que minutos antes
habían entrado.
El silencio se rompió nuevamente cuando Verónica
tuvo el valor de preguntarle su edad. Nerviosamente, Javier respondió que tan
solo tiene 16 años. “Yo tengo 15”, respondió en un tono un tanto coqueto. La
conversación fluyo luego de eso, pasaron de temas superficiales como el lugar
donde estudiaba cada uno o que querían estudiar cada uno luego de la
secundaria. Ninguno sabía si su respuesta seria lo suficientemente interesante
para el otro, aun así no mintieron, fueron cuan sinceros como dos espejos.
Mientras Javier, quien se hacía más y más
interesante con cada palabra, continua explicando sobre su verdadera pasión por
el arte, ella lo mira, intrigada por este espécimen, quien a primera vista le
había parecido casi perfecto. Veía como, antes sus ojos él se humanizaba cada
vez un poco más. Se dio cuenta poco después, de que él no era más que un ser humano, que buscaba su rumbo, al igual
que ella. Corto su ilación de pensamientos cuando él le pregunto si podía tener
su número. Ella se lo dio, con una sonrisa. Intrigado también, Javier la
miraba, se perdía en sus ojos como si hubiesen sido hechos para él, para que
Javier se pueda perder en ellos.
Ambos miraron sus relojes, había ya pasado 3
horas desde que habían cruzado miradas por primera vez. Ya era de noche. Ella
lo invito a su casa, “mis papas están fuera del país” le dijo, el aun intrigado
por su belleza, en especial por sus ojos, acepto, sin ninguna idea de lo que
estaba empezando en ese momento. Caminaron pues, de regreso al oeste. Luego de
como diez minutos de caminata, llegaron a un gran edificio. “Vivo en el último
piso” le dijo mientras lo tomaba de la mano. Esperaron el ascensor. Dentro de
este ascensor se dieron su primer beso. Ella le dijo, “no quiero hacerte sentir
incómodo…” Javier la calla
impulsivamente con un beso. “Perdón” respondió Javier rápidamente luego de
separar los labios, “No importa” responde ella con una sonrisa.
“¡DING!”
sonó el ascensor. Llegamos le dice tímidamente Verónica a Javier. Salen ambos
del ascensor para encontrarse con el departamento. “Mierda esto es enorme!”
exclama Javier. Verónica ríe tímidamente.
III
Se sentían cómodos, los silencios habían
terminado. Se llegaron a conocer con una botella de vino del padre de Verónica.
Las botellas se abrían –PLICK, PLICK, PLICK… - una tras otra se descorchaban.
Las inhibiciones se soltaban, el ánimo de ambos
mejoraba y la atracción de ambos era inevitable. Javier se acercó, Verónica le
dio el alcance y así empezó. No sabían
muy bien que hacer, pero la actitud de ambos mejoraba el ambiente. Javier se
pregunta si estaba bien lo que hacía. Verónica inconscientemente se lo afirma.
“Ven” le dice Verónica tomándolo de la mano.
Javier la sigue, aun hipnotizado por esta criatura, a quien admiraba, casi
idolatraba.
Llegaron al cuarto de Verónica.
Conversaban entre beso y beso. Se conocían
entre botón y botón. Se admiraban entre roce y roce. Ambos estaban nerviosos,
pero seguros a la misma vez. Ambos se sentían cómodos, como si el tiempo que se
conocían bastase para enamorarse.
Luego de cierto tiempo, echados ambos en la
misma cama, bajo la misma sabana y compartiendo tanto almohada, se miraron y
rieron con tanta naturalidad como dos mejores amigos que saben los secretos más
profundos del otro. “Lo siento, es mi primera vez” le dice Javier a Verónica,
tratando de disculparse por lo que había sucedido, Verónica lo besa tiernamente
y le dice que está bien, que también había sido su primera vez.
Cerraron ambos los ojos, en el mismo lugar en
todos los sentidos posibles. Cuando se despertaron ya había amanecido. Javier
fue el primero en abrir los ojos, noto que Verónica aún estaba ahí, no lo había
soñado, realmente había sucedido. Javier se paró, “me tengo que ir, lo siento”
le dijo a Verónica mientras le daba un beso. “Te llamo” fue lo último que
escucho.
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