viernes, 25 de abril de 2014

Sobre Érase una vez en América una película de Sergio Leone

Cuando Arnol Milchen, un novato productor en los ochenta,  conoció a  Sergio Leone – ya un director internacionalmente conocido por sus Spagetti Westerns-  en una terraza del Hotel Carlton en Cannes, no era consciente que Leone esperaba en aquella terraza -en la época del festival- ya más de 11 años encontrar a un productor que financiera su próxima película. Hacía más de 13 años que Leone no dirigía, incluso su última producción había sido un fracaso tanto crítico como comercial. Sin embargo, Leone no era un realizador acabado. Lo que siguió, fue una alucinada puesta en escena por el mismo Leone, fotograma tras fotograma de la película que había estado gestando en su mente durante mucho tiempo. Milchen, tras casi cuatro horas, quedo deslumbrado y aceptó de inmediato. Aquella película sería Érase una vez en América.
Dicha película, era una adaptación de “The Hoods”, una novela autobiográfica de poca difusión  -que llego a las manos de Leone por casualidad- de un intrascendente gangster de los años 20 y 30 que perseguido por la mafia después delatar a sus socios, se entregó a la policía  y fue a la cárcel por 15 años para después una vez libre, darse con la cuenta que había sido olvidado por sus perseguidores y la época de su juventud había terminado.

La elaboración del guión duró casi trece años y pasó por una multitud de guionistas que tuvieron que mantener consonancia con la imagen que Leone había concebido. Leone había desarrollado una película hecha en imágenes. El trabajo de los guionistas para Leone, de acuerdo a ello, era desarrollar los personajes y rellenar las escenas con diálogos. La visión de Leone, en adelante, absorbió la propia novela y generó un mundo mítico, pero a la vez profundamente personal en el cual, en palabras de Leone “se partía de la fábula y a través del espectáculo se intentaba alcanzar cierta verdad”.
Por otro lado, esta película marcó la que sería una de las mejores bandas sonoras para una película. Ennio Morricone dio el último trabajo para lo que sería sería una de las relaciones más fructíferas entre director y compositor de la historia del cine, después de haber participado en los Westerns de Leone. La música se compuso con gran antelación, incluso antes de grabar cualquier escena y fue producto de las conversaciones entre Morricone y Leone en Italia, sin siquiera permitirle tener el guión a la mano. Es así que la música rodó en el set a la medida que filmaban la película. De esta manera, la película tomó su verdadera forma a partir de aquella colaboración en la que se logran un profundo equilibrio e imbricación de la  evocación y la fábula.


Las filmaciones comenzaron en 1982 y duraron casi un año. Los protagonistas elegidos fueron Robert De Niro como Noodles, James Woods como Max y Elizabeth McGovern –una estrella ascendente en los ochenta- como Deborah. La historia trascurre en tres tiempos distintos 1922, 1933 y enlazados por la evocación de un Noodles ya veterano en 1968, que explorara dichas épocas mediante flashbacks. Asimismo, dos personajes marcan la dicotomía de la propia experiencia cinematográfica: Noodles un gangster de personalidad lacónica y reflexiva retirado en su propio carácter silencioso, oculta a un soñador que actúa y no ve en su labor más que un medio para ser reconocido por el amor de su niñez: Deborah. Por el otro lado, Max representa la ambición, en su estado más puro, de llegar al poder -y disfrutar de sus gustos más exaltados- de la forma más rápida posible. Ambos protagonistas, junto a tres muchachos del barrio formarían en su adolescencia lo que sería una asociación de una veloz expansión y desenlace en la era de la prohibición. La unión entre ellos generaría la más bella aproximación del pasar de los años y la insondable amistad entre camaradas que juegan tanto de forma inocente como desenfadada en un patíbulo cada vez más elevado de la violencia de las calles.

La película, dentro de su perspectiva, representa la catarsis de un hombre que vuelve al barrio de su niñez y juventud tras de haber escapado de la mafia y vivir con los remordimientos de haber causado la muerte de sus propios socios y amigos de la infancia, después de haberlos delatado a la policía. El misterio, las razones y lo que pudiéramos entender por realidad o no se encierran en un crisol, en donde el tiempo es el personaje principal, escurridizo e incorpóreo se aproxima como una sombra impasible, como un mal recuerdo o un mal sueño.

Érase una vez en América trata sobre el tiempo, la ternura, la frustración y el recuerdo que se encuentran en la historia de un fracaso personal que trasciende las esferas de lo individual para dar desenlace al fin de una era. La era de los gangsters de la prohibición que ven como su labor  e influencia absorbente se ven reducidas en desmedro de la incursión política de las grandes mafias. Los antes chicos de la calle que se iniciaron y formaron su vida en los ritos de la delincuencia y el alcohol como mina de oro del sueño americano en la prohibición, forman parte de una estirpe antigua que no tienen lugar en la sociedad. Dentro de aquellos profundos cambios en la colectividad norteamericana surge la fábula, el mito de un personaje perteneciente a dicha estirpe acabada que regresa y ve como el pasado lo convoca de nuevo a finiquitar cuentas pendientes. Noodles vuelve después de más de 30 años al lugar, donde todo comenzó, y se debate entre aferrarse a la memoria y la historia de su juventud o ver como el mundo que pretendió conocer se desmorona.


No obstante, la película también representa la visión personal de Leone sobre el mito de la vida Norteamericana.  La multitud de referencias  a un mundo que fue apreciado y absorbido en las pantallas de cine de la Roma de su niñez, de una concepción personalísima de la época de un mundo imaginado, legendario, festivo, malévolo y heroico. Es el mito de la sociedad Americana por parte de un cinéfilo que creyó siempre, extrapolando las palabras de  Fellini,  que Norteamérica y su cine eran lo mismo. Érase una vez en América, en ese sentido, es el testamento del profundo amor de Sergio Leone por el cine Norteamericano y sus grandes historias.


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