Cuando Arnol Milchen, un novato
productor en los ochenta, conoció a Sergio Leone – ya un director
internacionalmente conocido por sus Spagetti Westerns- en una terraza del Hotel Carlton en Cannes, no
era consciente que Leone esperaba en aquella terraza -en la época del festival-
ya más de 11 años encontrar a un productor que financiera su próxima película. Hacía
más de 13 años que Leone no dirigía, incluso su última producción había sido un
fracaso tanto crítico como comercial. Sin embargo, Leone no era un realizador
acabado. Lo que siguió, fue una alucinada puesta en escena por el mismo Leone,
fotograma tras fotograma de la película que había estado gestando en su mente
durante mucho tiempo. Milchen, tras casi cuatro horas, quedo deslumbrado y aceptó
de inmediato. Aquella película sería Érase una vez en América.
Dicha película, era una
adaptación de “The Hoods”, una novela autobiográfica de poca difusión -que llego a las manos de Leone por casualidad-
de un intrascendente gangster de los años 20 y 30 que perseguido por la mafia
después delatar a sus socios, se entregó a la policía y fue a la cárcel por 15 años para después
una vez libre, darse con la cuenta que había sido olvidado por sus perseguidores
y la época de su juventud había terminado.
La elaboración del guión duró
casi trece años y pasó por una multitud de guionistas que tuvieron que mantener
consonancia con la imagen que Leone había concebido. Leone había desarrollado
una película hecha en imágenes. El trabajo de los guionistas para Leone, de
acuerdo a ello, era desarrollar los personajes y rellenar las escenas con
diálogos. La visión de Leone, en adelante, absorbió la propia novela y generó un
mundo mítico, pero a la vez profundamente personal en el cual, en palabras de
Leone “se partía de la fábula y a través del espectáculo se intentaba alcanzar
cierta verdad”.
Por otro lado, esta película
marcó la que sería una de las mejores bandas sonoras para una película. Ennio
Morricone dio el último trabajo para lo que sería sería una de las relaciones
más fructíferas entre director y compositor de la historia del cine, después de
haber participado en los Westerns de Leone. La música se compuso con gran
antelación, incluso antes de grabar cualquier escena y fue producto de las
conversaciones entre Morricone y Leone en Italia, sin siquiera permitirle tener
el guión a la mano. Es así que la música rodó en el set a la medida que
filmaban la película. De esta manera, la película tomó su verdadera forma a
partir de aquella colaboración en la que se logran un profundo equilibrio e
imbricación de la evocación y la fábula.
La película, dentro de su perspectiva,
representa la catarsis de un hombre que vuelve al barrio de su niñez y juventud
tras de haber escapado de la mafia y vivir con los remordimientos de haber causado
la muerte de sus propios socios y amigos de la infancia, después de haberlos
delatado a la policía. El misterio, las razones y lo que pudiéramos entender
por realidad o no se encierran en un crisol, en donde el tiempo es el personaje
principal, escurridizo e incorpóreo se aproxima como una sombra impasible, como
un mal recuerdo o un mal sueño.
Érase una vez en América trata
sobre el tiempo, la ternura, la frustración y el recuerdo que se encuentran
en la historia de un fracaso personal que trasciende las esferas de lo
individual para dar desenlace al fin de una era. La era de los gangsters de la
prohibición que ven como su labor e
influencia absorbente se ven reducidas en desmedro de la incursión política de
las grandes mafias. Los antes chicos de la calle que se iniciaron y formaron su
vida en los ritos de la delincuencia y el alcohol como mina de oro del sueño
americano en la prohibición, forman parte de una estirpe antigua que no tienen
lugar en la sociedad. Dentro de aquellos profundos cambios en la colectividad
norteamericana surge la fábula, el mito de un personaje perteneciente a dicha
estirpe acabada que regresa y ve como el pasado lo convoca de nuevo a
finiquitar cuentas pendientes. Noodles vuelve después de más de 30 años al
lugar, donde todo comenzó, y se debate entre aferrarse a la memoria y la
historia de su juventud o ver como el mundo que pretendió conocer se desmorona.
No obstante, la película también
representa la visión personal de Leone sobre el mito de la vida Norteamericana.
La multitud de referencias a un mundo que fue apreciado y absorbido en
las pantallas de cine de la Roma de su niñez, de una concepción personalísima
de la época de un mundo imaginado, legendario, festivo, malévolo y heroico. Es
el mito de la sociedad Americana por parte de un cinéfilo que creyó siempre,
extrapolando las palabras de
Fellini, que Norteamérica y su
cine eran lo mismo. Érase una vez en América, en ese sentido, es el testamento del
profundo amor de Sergio Leone por el cine Norteamericano y sus grandes
historias.
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